Vida privada de los libros

 

[ DESDE LA CABEZA ]

 

El mundo de los libros es bastante misterioso. El mundo de los niños es extremadamente misterioso. Sin embargo, del mundo de los libros para niños lo último que se puede decir es que encierra misterio alguno. En todo caso resulta escurridizo, envuelto como está en un sinfín de opiniones contradictorias y juicios apresurados. Para unos no deja de ser un subgénero dentro de la literatura. Para otros es algo completamente distinto de la literatura: instrumento de socialización, manual de aprendizaje, juguete o, antes que ninguna otra cosa, una tradición que al parecer conviene preservar.


La mayor dificultad para juzgar estos libros proviene de su peculiar idiosincrasia: los producen y seleccionan personas mayores partiendo de la suposición de lo que es mejor y más conveniente o de lo que va a ser preferido por los niños.


Mi opinión personal acerca de los libros para niños es que no pensamos mucho en ellos, como no pensamos mucho en los niños, y a la hora de evaluarlos nos dejamos llevar por una serie de ideas recurrentes que no muestran más que una parte de la cuestión.


Me gustaría repasar brevemente algunas de estas ideas, e invitar a los lectores a reflexionar sobre determinados prejuicios que de manera especial afectan a nuestra comprensión de lo que es la infancia y lo que son los niños. He anotado siete, aunque estoy convencido de que son bastantes más.

 

1. LOS LIBROS PARA NIÑOS NO SON LITERATURA.

Mucha gente piensa que los libros para niños son importantes porque persiguen una misión educadora: convertir a los niños en hombres. Otros piensan que lo mejor de ellos es que mantienen a los niños entretenidos: ya serán personas de provecho, pero de momento que sean niños callados. ¿Qué esperamos los mayores de los libros? ¿que nos entretengan los días de lluvia? ¿que estimulen nuestra imaginación? ¿que nos ofrezcan información interesante? ¿que cuando estamos tristes nos proporcionen consuelo? ¿Y qué esperan los niños de sus libros? Llamémoslo literatura o llamémoslo como más nos guste, pero una cosa es cierta: los libros destinados a los lectores jóvenes deben cumplir exactamente las mismas exigencias que pedimos los mayores a los nuestros.

 

2. LAS CABEZAS DE LOS NIÑOS SON MÁS SIMPLES.

Hay libros que parecen considerar a los niños seres muy elementales que en lugar de cerebro tienen una especie de tubérculo que hay que regar de vez en cuando para que aumente de tamaño. Esa creencia seguramente es la que impulsa a autores y editores a hacer libros idiotas que ningún adulto leería jamás. Pero el cerebro de los niños no es un vegetal, ni siquiera una flor hermosa: es un animal salvaje que permanentemente necesita alimentarse. De todas maneras, también hay que decir que muchos jóvenes lectores, en realidad, se lo pasan de maravilla con libros especialmente idiotas. No porque los niños sean idiotas, naturalmente, sino porque imaginan mejores cosas que las que suceden en el libro. Jules Renard dejó anotado en su Diario: «¿Qué es nuestra imaginación, comparada con la de un niño que quiere hacer un ferrocarril con unos espárragos?». Un libro sin su lector no es nada: el libro solo empieza a existir cuando alguien lo abre y se asoma a él, y se hace entre los dos.

 

3. LOS LIBROS SON, ANTE TODO, UNA DISTRACCIÓN.

Los libros deben ser siempre entretenidos, porque mientras no nos digan otra cosa todo ha sido puesto en el mundo para entretenernos. Cuando somos niños el tiempo nunca acaba de pasar; cuando somos mayores, en cambio, la vida nos parece muy corta. A pesar de que unos tienen el tiempo que a otros les falta, no está bien que los mayores utilicemos los libros únicamente como un juguete que canjeamos por unos instantes de sosiego; esa actitud con frecuencia da lugar a toda una cadena de despropósitos. Y habría que preguntarse, por cierto, a la vista de los muchos libros extravagantes que destinamos a la diversión de los lectores más jóvenes, qué es lo que entendemos los mayores por «gracioso» y «divertido»: bajo la piel del simpático hermano oso y del entrañable hermano conejo a menudo se esconde una visión del mundo terriblemente estrecha y las ideas más anodinas y deprimentes.

 

4. CADA EDAD REQUIERE DETERMINADOS LIBROS.

Con independencia de que sirva para orientar el consumo, ¿tiene algún sentido establecer compartimentos estancos entre las edades de los lectores? Desde cierto punto de vista esta clasificación es una restricción, una forma de censura; desde otro punto de vista da a entender, a mi juicio de manera engañosa, que existe una progresión en las lecturas y que según crecemos en edad aumenta nuestra exigencia como lectores. ¿Son los poemas de Benjamin Péret lecturas adultas? ¿Son las novelas de Alejandro Dumas lecturas juveniles? ¿Son los cuentos de Hans Christian Andersen lecturas infantiles? Depende, depende, depende. No todas las personas de diez años tienen la misma capacidad de comprensión ni las mismas experiencias ni los mismos intereses. Tampoco entre las de cincuenta encontraremos el mismo consenso. Los niños de cualquier edad comparten, eso sí, la curiosidad y el deseo de aprender cosas nuevas.

 

5. LOS LIBROS ILUSTRADOS SON PARA LOS MÁS PEQUEÑOS.

La manía de poner edad a los libros tiene que ver, tal como yo lo entiendo, con dos prejuicios que afectan al uso de las imágenes: el que considera que las ilustraciones son una apoyatura para aquellos que todavía no se han familiarizado con las palabras, y el que dice que una vez que se domina la lectura de textos escritos, las imágenes ya no hacen ninguna falta. De esta forma se aparta al niño del libro del nivel superior, y se aparta al joven y al adulto de los libros que pertenecen, por así decirlo, a niveles inferiores: ningún adulto volverá a leer un libro infantil o un libro con ilustraciones porque pertenecen a una etapa superada. Sin embargo, el libro no conoce edades: no es sino de quien lo disfruta, de quien lo hace suyo.

 

6. LOS NIÑOS PREFIEREN LOS DIBUJOS «DE NIÑOS».

Se dice que a los niños les gusta sobre todo aquello que reconocen, aunque seguramente esto le ocurre a todo el mundo. Tal vez sea por el deseo de gustar a los niños por lo que algunos dibujantes tratan de imitar su forma particular de dibujar empleando para ello métodos que combinan lo burdo y lo sofisticado: agarrar el lápiz con el puño cerrado, utilizar la mano izquierda (los diestros) y la derecha (los zurdos), dibujar con el papel al revés, etc. Quien hace esto se queda en la superficie y no consigue pasar al otro lado del espejo. Por otra parte, ningún escritor escribe como escriben los niños de cinco años; salvo excepciones, todos los escritores escriben para que se les entienda y porque desean contar alguna cosa. Es importante educar el gusto de aquellos que empiezan a asomarse a los libros y, en un mundo donde lo visual ocupa un lugar tan destacado, es necesario aprender a leer y criticar las imágenes. Es un camino largo que hay que empezar a andar desde muy pronto.

 

7. LAS ILUSTRACIONES ALEGRAN LOS LIBROS.

Para muchos compradores de libros (no les llamo lectores) las ilustraciones en los libros no tienen otro propósito que el de adornar y embellecer y alegrar la vista; de la misma manera, para muchos vendedores de libros (no les llamo editores) no son sino un reclamo para atraer a la clientela: un dibujo de vivos colores es lo propio de un libro para niños, e inseparable de él, como la corola, los pétalos, los estambres y el pistilo pertenecen a las flores. Visto de esta manera el trabajo del ilustrador parece el de un alegre juglar que reparte caramelos, y no tiene nada que ver con eso. La ilustración debe ser atractiva, sí, debe estar bien construida, pero además debe ser pertinente y ha de ofrecer una posibilidad de lectura. Si las imágenes no dicen nada, si lo que dicen es exactamente lo mismo que dice el texto, o si son disparates, entonces es preferible un libro con páginas en blanco para imaginar mejores cosas o para descansar la mirada.

 


[ DESDE EL CORAZÓN ]


Cuando se pregunta a los escritores por qué escriben, suele haber respuestas para todos los gustos: unos contestan que es lo que mejor hacen, otros que de hecho es lo único que saben hacer; algunos dicen que escriben para que les quieran más; otros muchos no lo tienen muy claro. Quizá en el fondo los escritores escriben para averiguar por qué escriben.

¿Y los editores? ¿Cuáles son sus razones? ¿Qué es lo que impulsa a alguien a convertirse en editor? Hoy hago una pausa en esto de hacer libros, miro hacia el cielo, que es un inmenso papel en blanco, y me pregunto: «¿por qué hago libros?».

Como siempre hay siete razones para todo, doy por supuesto que habrá siete razones para hacer libros, y no lo voy a pensar más: son siete, y son estas:

 

1. La primera razón es que «Algo hay que hacer». El verbo hacer es un verbo muy bien considerado. Ahí están el «Supremo Hacedor» y «Mariquilla la hacendosa». No se sabe muy bien qué, pero algo hay que hacer. ¡Pues hagamos libros para niños!

 

2. La segunda razón ya no es una razón, porque no encuentro nada de razonable en hacer libros para niños. Digamos que esta ocupación es un capricho, que me divierte. Dejemos que me engañe pensando que es así. Y si me divierte, ¡bien está hacer libros para niños!

 

3. No lo puedo evitar: soy un lector. Aprendí a leer y he seguido leyendo. Desconfío como todos los lectores veteranos de la utilidad de la lectura, pero naturalmente creo en los libros y me resulta difícil imaginar el mundo sin ellos. En un mundo sin libros, la gente que acostumbra a leerlos mientras camina por la calle, no metería los pies en los charcos, no chocaría con las farolas, y alguien tiene que hacerlo. Los niños no podrían rayarlos, arrojárselos y practicar la puntería, con lo importante que es eso. Puesto que tiene que haber libros, alguien que se divierta haciéndolos debe hacerlos. ¡Hagamos pues libros para niños!

 

4. La cuarta razón casi da vergüenza confesarla. Veo desde pequeño a gente leyendo y no me parece que nadie sea mejor por leer uno, dos, o dos mil libros de los que están a su alcance. Si queremos que haya mejor gente (cada uno sabrá lo que quiere decir esto), y si creemos que los libros deben seguir existiendo porque es algo que nos divierte hacer, y a veces leer, y porque es preciso hacer alguna cosa, quizá la solución esté en hacer los libros que no existen. Hay que inventarse los libros que no existen para que la gente que no existe exista. Si eso no es una fe infantil, no es nada. ¡Hagamos libros, niños!

 

5. Soy un idealista, aspiro a salvar el mundo. Es lo que pasa cuando lees mucho, en seguida quieres salvar el mundo. Pero cuando lees poco, o cuando sólo lees la Biblia, o cuando como Charlton Heston, presidente de la Asociación Nacional del Rifle, interpretas el papel de Moisés y sólo lees los Diez Mandamientos, entonces es peor. Cuando uno agarra con tanta alegría un rifle, qué son siete razones, qué son diez mandamientos. Mejor que rifles, ¡hagamos libros para niños!

 

6. Hay que salvar el mundo, pero tampoco hay que pasarse. Y si no lo salvo, por lo menos me divierto, y así me salvo yo. Por egoísmo reivindico la edición artesanal y los trabajos manuales, que proporcionan después de todo cierta satisfacción. Sin dinero no hay libros; con mucho dinero seguramente tampoco. Convertir cierta cantidad de dinero en libros y estos libros en más libros es una gimnasia difícil de cortar. ¡A hacer libros, a hacer libros para niños!

 

7. Hacer libros es algo tan bueno o tan malo como cualquier otra cosa, pero ¿por qué para niños? Según mi opinión, si tiene algún sentido hacer libros, tiene sentido sobre todo hacerlos para los niños. Porque el mundo (y a veces nos olvidamos) es de los niños. Los mejores libros deben ser para los niños, las mejores historias, los mejores dibujos, el mejor papel, las primeras estanterías. Nada de repartir las sobras y condenar a los niños al rincón más apartado de las librerías, nada de dedicarles textos poco exigentes y dibujos que no son sino una caricatura triste de lo que hacen los mismos niños. Eso no está bien, no es bonito.

 

Vicente Ferrer Azcoiti
MEDIA VACA